Encomio al lego.

Amor pristíno

02.08.2023 00:54

Es verdad que la mayoría de veces nos resulta complicado interactuar con otras personas; incluso a veces puede ser complicado tratar de interactuar con nosotros mismos. Podemos pasar por situaciones complejas, por crisis sociales, ambientales, económicas y también es difícil salir fortalecidos de estas experiencias. Lo mismo para las crisis existenciales o emocionales. Es difícil hallar nuestro lugar en el mundo desde un estado de paz y claridad. No obstante, a pesar de los desafíos que enfrentamos día con día (y de los muchos obstáculos que podemos tener) podemos simplificar e identificar puntos cruciales para alcanzar un mejor estado.

 

Primero que nada, hay que tener presente que, como seres humanos, tenemos deseos y entre los que resuenan más se encuentra el deseo de ser amados, felices y plenos. En realidad, es fácil de comprenderlo. Como seres sintientes buscamos alejarnos de lo que nos duele y de lo que nos hace sufrir para acercarnos a un estado de tranquilidad. Desafortunadamente en este camino hacia la paz y hacia el bienestar podemos desviarnos hacia muchas otras direcciones, es decir, cuando no existe claridad nuestros sentimientos y acciones pueden alejarse cada vez más de la meta, aunque no lo parezca. Por ello es importante identificar la felicidad cuando es genuina de la” felicidad” que sólo es alimentada de apariencias.

 

Las cosas materiales, por ejemplo, pueden cubrir algunas necesidades, pueden “llenar”, pero como con la comida hay que tener en cuenta que podemos alimentarnos con mucha comida chatarra y llenarnos, pero al final el cuerpo no está siendo nutrido para alcanzar su máximo potencial. Por otro lado, podemos alimentarnos con comida saludable y nutrirnos con porciones más moderadas y recibir más nutrientes y más energía. Identificar lo necesario y saber cuándo es suficiente crea un equilibrio y trae a tu vida armonía. Reducir el consumo crea espacio para cosas realmente valiosas.

 

Así, con la mente sucede lo mismo. La meditación por ejemplo puede ayudarnos a limpiar ese espacio tan sagrado que habita en nosotros. Nos ayuda a sacar aquello que no es útil y que sólo suma peso. Desenredar los pensamientos, ordenar las ideas, tener claridad y luz en nuestro ser es primordial para tener una vida más sana. Meditar nos ayuda a tener una mejor convivencia con nosotros mismos y con los demás pues crea disciplina mental, nos impulsa a alcanzar cierta conexión, sabiduría, confianza y un estado de relajación muy necesario para enfrentar cualquier tipo de crisis.

 

Con respecto al amor, como uno de los tesoros más preciados que la vida nos regala, también es trascendental tener presentes ciertos conceptos clave. Si nos apoyamos de la filosofía budista veremos que para tener un corazón rebosante y un alma plena hay que trabajar en la forma en que nos vemos y sentimos a nosotros mismos y a los demás. El amor es conexión, nos impulsa, nos da vida. Podemos encontrar representaciones del amor en el arte a través de las canciones, a través del cine, de los libros, etc. Poseer la capacidad de amar y ver que alguien más puede tenerla también nos da esperanza. No obstante, cuando no vemos capacidad sino apariencia podemos sentir un profundo dolor y desesperanza.

 

Sobra recordar que los seres humanos somos seres imperfectos. Los errores, las mentiras y el caos, también se hacen presentes. Si piensas en un momento donde te sentiste enojado con alguien, recuerda que el enojo es una emoción que nos sirve para identificar nuestros límites. El enojo viene cuando algo o alguien transgredió lo que consideras como tu paz, cuando tienes presente algo que consideras como una injusticia, una insensatez. Hay que reconocer también que muchas veces ese enojo viene de que queremos que las cosas sean tal y como nosotros queremos que sean. Debemos tener presente que no podemos controlar lo que pasa en el exterior, sólo lo que habita en nosotros mismos. También debemos recordar que el enojo es una emoción válida, valiosa y que, a lo largo de nuestra vida, nos estará recordando nuestros límites para aprender y para ponerles atención. Como ejercicio, date unos momentos y pregúntate ¿cómo te sentiste?, ¿por qué razón?, si de por medio ¿hubo cordura, comprensión, aceptación y respeto?  Si identificamos y atendemos esa emoción no escalará, pero si huimos de ella regresará más fuerte. No debemos rechazar lo que nos incomoda, de lo contrario nuestra vista se nublará y la confusión crecerá.

 

Teniendo presente lo anterior, también debemos reconocer que, en principio,no se nos educa para desarrollar la capacidad de amar. En nuestras materias no llevamos clases para respetar, para reconocer los derechos humanos o ambientales, menos se piensa en una asignatura cuyo enfoque central sea aprender a amarme, aprender a amar mi entorno, aprender a amar a mis amigas y amigos, aprender a amar a mis compañeras y compañeros de manera respetuosa. En las escuelas se enseñan muchas cosas, pero ¿y lo fundamental para ser personas realmente plenas, seguras y felices?

 

A lo largo de nuestra  vida  deseamos tener control, deseamos cumplir expectativas propias y ajenas sobre ¿cómo y quiénes debemos ser?, ¿cómo debe ser mi familia, mis amigos, mi pareja, mis vecinos, la vida misma? Pero… esas expectativas ¿me ayudan a poner límites sanos?, ¿realmente me ayudan a reconocer y aceptar a los demás y a mí? Amarnos a nosotros mismos y a los demás sin recurrir a los apegos tóxicos, de manera genuina, sin miedo al rechazo, sin el deseo de querer controlar al otro nos llevará a experimentar un amor más pristíno de acuerdo a las enseñanzas budistas. Haciéndo un pequeño paréntesis, cuando una persona se cansa o se harta, el apego se va borrando, pero no de una forma amorosa, sino desde la desesperanza, desde la desesperación y ese apego se vuelve en desilusión, desesperanza e indiferencia. Esta forma de tratar el desapego es peligrosa y resulta en una conexión que no se nutre del entendimiento o de la iluminación sino desde lo contrario.

 

El Buda

 

Pero, y a todo esto: ¿quién es Buda? Buda personifica la iluminación, misma que se consigue a través de cultivar al menos tres cualidades, a saber: la sabiduría, la paz y el amor de manera genuina. La enseñanza de Siddhartha Gautama, mejor conocido como "el Buda" o "el primer buda", es muy valiosa para la humanidad. Siddhartha Gautama tenía una vida llena de lujos y de abundancia. No le faltó nada y no sufrió durante muchísimos años. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que su mundo era muy diminuto y que allá afuera había un mundo diferente, donde no todo era felicidad, decidió salir y explorar, conocer la enfermedad, la pobreza, el hambre, el cansancio y otros dolores del mundo. Sus lujos ya no le satisfacían. Siddhartha despertó, expandió su mundo. Había encontrado un objetivo y a través de la meditación y de la profunda reflexión logró recuperar sin sus lujos y su vida de privilegios, una felicidad más real, más duradera y mucho más interior. Siddhartha logró conectar con el mundo por completo a través de su corazón y su gran sabiduría. Entender esto nos trae claridad, paz, bienestar, nos quita peso, nos da plenitud y fortalece nuestra resiliencia.

 

Para iluminar tu corazón

 

Para iluminar un corazón debemos entender que desde la persona que más amamos hasta la que más nos causa desagrado tienen algo en común, al igual que yo, ambas son seres sintientes, ambas tienen historias, ambas pasan por problemas, por dolor y por sufrimiento, pueden equivocarse, ambas están aprendiendo. El dolor también puede conectar y hacer que empaticemos, siempre que sea un ejercicio sano, donde haya comprensión y respeto recíproco. No necesitamos iluminar los rincones de nuestro corazón que rebosan de luz, sino aquellos donde no alcanzan a llegar esos haces de luz. Son estos espacios los que hay que trabajar, donde hay que mirar y poner más atención.

 

Si somos capaces de identificar el dolor en las personas, también podemos identificar que todos aspiramos a ser felices. Buscamos sentirnos amados, tranquilos y dejar el dolor. Para alcanzar dicha felicidad, el budismo reposa en “los cuatro inconmensurables” o “brahma vihara” que son “cuatro virtudes sublimes” que debemos cultivar para seguir el camino del “darma”, de la “rectitud” o de la “ley y el orden cósmico”. A continuación se presentan dichas virtudes:

 

I. "Metta bhavana"

 

La bondad o el amor benevolente es la primera virtud. Esta virtud es incluyente y se entiende como el amor incondicional que nace de la idea de que todos los seres sintientes merecen ser felices. De esa forma no limitamos a nuestro corazón ni nuestro amor. Haciendo un breve paréntesis, es importante distinguir entre el placer o la euforia efímera y aquella felicidad que logra perdurar en nuestras vidas: Las drogas, el alcohol, el sexo, las compras, un viaje, las apuestas, un postre, etc. pueden darnos una emoción pasajera de placer instantáneo, pero no contribuyen a trabajar o construir en nosotros el sentimiento de felicidad donde haya claridad, gratitud y amor propio. Un placer fugaz nos adormece, no nos ilumina ni nos despierta es como si nos anestesiara, pero en algún punto volveremos a despertar y si al despertar regresamos al mismo estado o a un estado peor, sólo estaríamos prolongando la situación. No son un remedio y tampoco una fuente de felicidad. Hay felicidad genuina cuando nuestro corazón está tranquilo, está libre de ansiedad, miedos o confusiones. Cuando somos felices tenemos lo necesario para poder vivir de forma digna. De esa manera dejamos de lado aquello que tenemos o no tenemos porque estamos libres de hambre, de preocupaciones, libres de violencia y libres de miedo.

 

La bondad nace cuando comprendemos que todos merecemos una felicidad genuina y por ello nuestro corazón y nuestras acciones se vuelven amables. Buscamos ser respetuosos con los demás, no sólo con quienes amamos o conocemos. Expandimos la bondad y el amor a todos los seres vivos, incluso aquellos que no conocemos o con los que nos cuesta trabajo empatizar y convivir. El odio no debe tener cabida en nuestras mentes y en nuestros corazones. Está de más recordar que no podemos olvidarnos de ser bondadosos con nosotros mismos. Hablarnos con respeto e incluso con cariño puede ayudarnos mucho para amar de forma genuina. No podemos exigir perfección pues no existe. Como ser sintiente merecemos ser felices, merecemos ser tomados en cuenta, merecemos ser escuchados, ser amados y ser respetados. Las heridas de nuestro pasado, las heridas familiares, los descuidos, la falta de educación e inteligencia emocional puede minar nuestra imagen, lo que creemos merecer y lo que no, pero esas cadenas pueden romperse para no seguir haciéndonos daño y a los demás.

 

Nuestra felicidad jamás debe quedar al último de la lista en las relaciones, ya sean familiar, de pareja, de amistad o de ningún otro tipo. Hacer feliz y obedecer a los demás ciegamente no nos hace más bondadosos pues estamos siendo crueles con nosotros. No podemos ignorarnos ni negarnos o minimizarnos. Complacer a otros y perdernos en el camino para no incomodar, no nos hace más bondadosos ni más sabios. Estaríamos perdiendo la oportunidad de amarnos a nosotros también.

 

Practicar la bondad con nuestros seres queridos es aún más desafiante, pues existe una conexión más profunda y el apego es más fuerte. Para ser realmente bondadosos con ellos debemos aceptar que no podemos controlarles, que sus decisiones pueden tomar otros senderos e incluso pueden llegar a incomodarnos, pero debemos dejar de lado nuestro ego y, de manera incondicional buscar que puedan ser genuinamente felices, aún si deben alejarse, ser libres, no podemos oponer resistencia ya que su felicidad es más grande que nuestros intereses individuales. Amar sin apego y dejar de lado cualquier deseo egocéntrico a sus necesidades, en este caso, a su felicidad genuina es trascendental. Desear con el corazón que puedan experimentar paz, plenitud y una felicidad inmensa y real es ser bondadosos con sus almas. Podemos trabajar en ello, teniendo presente el desapego, no obstante, también, practicando el apoyo, el cariño, el respeto, etc.

 

Un ejercicio que podemos hacer para trabajar nuestro ego de una forma sana es recordar las veces que hemos lastimado de alguna forma a las personas, cuando no fuimos capaces de responder de forma amorosa, acertiva y proactiva. De esta forma recordamos que también nos equivocamos y que no somos seres perfectos. Por otro lado hay que recordar también las cosas buenas que otras personas han hecho por nosotros. De esta forma ejercitamos nuestra humildad al saber que necesitamos a otras personas también y al reconocer que otras personas pueden ser maravillosas también y, sobre todo, estar agradecidos con ellas y con el mundo. Adicionalmente, debemos poner menos énfasis a las cosas buenas que hemos hecho  y también dejar de remarcar todo el mal que nos han hecho. Lo anterior para tener un panorama más amplio, debemos mejorar nuestros errores, aumentar nuestra gratitud y no darle un foco enorme a nuestros logros

 

También hay que tener presente que este deseo de que los seres sintientes (humanos, animales, plantas, etc.) sean felices, además, es necesario que sea aplicado a las personas que no conocemos y a aquellas que, por cualquier circunstancia, nos parezcan pesadas. Darles un trato respetuoso y amable, de manera sana, es importante pues ellas no son diferentes a nosotros. Tienen un corazón que puede sentir amor y dolor. Un ejercicio que podemos hacer es decir buen día con alegría en nuestra mente a las personas que se nos crucen, no es necesario decirlo ni gritarlo, pero sí sentirlo, esperando que para esa persona lleguen cosas buenas a su interior y que de su interior emanen también cosas que le hagan alcanzar su felicidad. Otra frase que podemos pensar es que la paz llegue a tu corazón o que puedas ser feliz con tu corazón. Podemos practicar primero con quienes sintamos una conexión genuina y muy especial e ir expandiéndolo a otros seres sintientes. Estos ejercicios reducen nuestro nivel de ansiedad, estrés y de depresión.

 

Respecto a quienes nos han hecho daño y a los demás sólo hay que recordar que no vivimos en una sociedad utópica, es importante cuidarnos, es importante saber que no necesitamos ser sus amigos ni entablar relaciones con ellos, pero también es importante recordar que no podemos convertirnos en eso que nos molesta o responder con odio ni tener la intención de lastimar a estas personas, también con ellos podemos practicar la bondad, pero teniendo muy presentes limites sanos para cuidarnos. 

 

El veneno del odio puede llegar a nosotros, es verdad, pero si no practicamos la bondad para nosotros y los demás, ese veneno también puede esparcirse a nosotros y nosotros esparcirlo a los demás. Nos termina afectando, hay que ser conscientes de ello. Quien siente odio se lastima profundamente y tiene una idea de felicidad falsa o retorcida. Incluso esas personas que pueden ser groseras y desconsideradas merecen vivir una felicidad, pero no una felicidad falsa, egoísta, ni de placeres efímeros, sino una felicidad recta, real, duradera y profunda, donde no lastimen ni se lastimen, donde den paso a la vida y no a la muerte.

 

II. "Chenrezig"

 

La compasión es la segunda virtud y nace de la bondad (no la complacencia). Cuando observamos que alguien se encuentra en dificultad o está experimentando algún tipo de dolor, angustia, infelicidad o sufrimiento podemos practicar la compasión. La compasión logra una conexión de nosotros con otro ser sintiente que a nuestros ojos requiere apoyo. Cuando nuestro corazón busca que todos los seres sintientes encuentren su camino a la felicidad genuina buscará también que eso suceda y en ese momento no hay cabida para la indiferencia ante el sufrimiento de ese ser.

 

Así despierta en nosotros el deseo de actuar para que el otro ya no sufra no por ser condescendiente o sentir lástima despreciando al otro desde una perspectiva de superioridad, sino ponerse realmente en los zapatos de la otra persona. Pero como el mundo es muy basto y las relaciones muy complejas habrá ocasiones donde incluso nuestras acciones con las intenciones más puras no serán suficientes para calmar el dolor y el sufrimiento. 

 

No podemos salvar todo, a todos y tampoco todo el tiempo. Pero lo anterior no implica que huyamos o no miremos el dolor o el sufrimiento. Podamos intentar apoyar siempre que se nos abra una oportunidad. Para ello debemos ser conscientes de cuándo nuestras acciones pueden ser benéficas y no perjudiciales para los demás o para nosotros mismos al grado de que nos pongan o pongan a alguien más en peligro. Aquí interviene otra virtud y es la sabiduría para hallar un sano equilibrio en este y otros aspectos.

 

La compasión también debe ser dirigida a nosotros mismos a través de la autocompasión y no, no se trata de sentir lástima por uno mismo, sino de ser comprensivo, paciente, dulce con nuestro ser, así como lo hemos sido para los demás, surge cuando somos bondadosos desde dentro y expandiéndose esa bondad también al exterior, hacia los demás. Cuando exista dolor, sufrimiento, miedo, confusión, debemos ser compasivos, no huir ni rechazar o ignorar emociones como el enojo, la tristeza, la vergüenza, miedo a la soledad, al fracaso, etc. Pues sólo prolongaríamos su estancia y se enquistarían en nuestro ser pues al no ser trabajados llegará el momento en que esas emociones se vuelvan sentimientos y puedan gobernarnos.

 

Podemos reaccionar ante el dolor de diferentes maneras, por ejemplo, haciendo que ese dolor eclipse nuestro ser y nuestros días, culpándonos de todo, pensando que somos tontos, ineptos, que todo lo hacemos mal o que incluso nos merecemos ese dolor. Otra forma de reaccionar más compasiva sería aceptando y siendo conscientes de ese dolor en un momento específico, trabajarlo para averiguar por qué sucedió, pensando de manera más neutra, no buscando juzgar a los demás o a nosotros mismos a través de prejuicios, preguntarnos si realmente pude haber evitado esa situación con las herramientas con las que contaba en ese momento, identificando qué cosas salen de mi control, siendo pacientes, amorosos y comprensivos con los demás y con nosotros mismos. La última forma de reaccionar podría ser hacernos los fuertes y negar el dolor, ocultarlo y pretender olvidarlo o ser indiferentes lo que a futuro nos llevará ineludiblemente a seguir experimentándolo y negarlo también en los demás.

 

Debe existir un equilibrio y nuestra reacción al miedo y al dolor nos va a definir de maneras muy profundas. En nuestra vida pasaremos muchas experiencias dolorosas y veremos que otros también pero cómo gestionamos esa emoción en nuestra mente y corazón van a definir el rumbo de nuestra vida y de nuestros pensamientos y acciones. Afrontar de forma honesta la existencia externa e interna del dolor, del peligro, del miedo nos hará crecer y ayudará a que cicatricen y sanen nuestras heridas, siempre desde la compasión y no desde la lástima, la invalidación, el miedo o la negación. Ignorar una herida hará que perdamos más.

 

Regalarnos una sonrisa, tratarnos y hablarnos con respeto, amabilidad, cariño y paciencia aceptando los errores e identificando qué necesitamos para realmente estar mejor, para crecer es también ser compasivos con nosotros mismos. Practicar la compasión, es sentir compasión no sólo con nosotros o con nuestros seres amados es importante, sino también llegar a sentirla por aquellos a quienes aún no conocemos e incluso a quienes nos llegan a desagradar. Para ello hay que comprender su dolor para desear de corazón que puedan salir de él y para no sentirnos frustrados o enojados al no saber el qué y el porqué. Hay que recordar que lo que puede ser vano para nosotros para alguien puede ser importante en ese momento y viceversa. Aquí juega un papel importante el respeto y la escucha activa más que los juicios que nos pueden parecer lógicos.

 

Ser compasivos es una cualidad nos hace más fuertes, nos regala mayor satisfacción, bienestar y felicidad porque nos entendemos, nos damos espacio y sanamos y finalmente nos permite salir del sufrimiento. Por otro lado, sentir lástima por nosotros mismos es menospreciarnos, enfocarnos en lo negativo y no salir de un papel que puede llegar a ser peligroso y es el de víctima. En cambio, la compasión da lugar a la afirmación, al reconocimiento, a la comprensión y el entendimiento para poder aprender y crecer de manera amorosa.

 

III. "Mudita Bhavana"

 

La alegría empática es la tercera virtud. Esta virtud se nutre cada vez que abrimos los ojos y somos capaces de ver las dimensiones amorosas, bellas y virtuosas que habitan en nuestro mundo y en nosotros mismos. Es cuando somos capaces de celebrar la vida, la alegría, el amor a nuestro alrededor. También es un sentimiento de realización cuando los demás logran alcanzar un grado de felicidad genuina. 

 

Podríamos decir que es todo lo contrario a la emoción de la envidia y también es contario a la comparación. Es la capacidad de regocijarse ante la felicidad de los demás es validar y potenciar la alegría, misma que no debe entenderse como un recurso que vaya a escasear porque alguien, por ejemplo, sea tremendamente feliz, todo lo contrario. Los celos, la envidia, la indiferencia, son contrarios a la alegría empática o solidaria. Si reconocemos y agradecemos todo lo bueno, nos enfocaremos en ello y esa alegría que es validada, crecerá para nosotros mismos, para nuestra familia y seres queridos, para nuestras mascotas y en general para todos los seres vivos.

 

IV. "Upekkhā"

 

La ecuanimidad debe estar presente como virtud en nuestras prácticas de bondad, compación y alegría empática o solidaria para sentirnos plenos y conectados con la vida. La ecuanimidad nos brinda sabiduría o nos permite ver la realidad sin prejucios ni ilusiones y un sano equilibrio, balance o estabilidad ante la vida. Para ello debemos entender que no podemos controlarlo todo, que no podemos salvar a todos, que cada quien es responsable de sus pensamientos, dichos y actos y que nada es eterno. La ecuanimidad también puede ser vista como prudencia para reconocer cuándo nuestra acción puede ser benéfica o incluso dañina, aún teniendo las mejores intenciones. 

 

La ecuanimidad no es indiferencia pero si nos ayuda a amar sin apego a ayudar sin ponernos o a alguien más en riesgo poniendo límites para protegernos. Debemos ser ecuánimes con nosotros, con los seres amados, con las personas que no conocemos y desde luego con las personas que llegan a desagradarnos. Debemos entender que nosotros somos responsables de nuestra estabilidad y las demás personas también son responsables de su estabilidad y de su felicidad. Todos ns afectamos mutuamente de miles de maneras. Nosotros podemos intervenir e intentar redirecciónar a las personas a través de nuestras palabras, acciones, sentimientos y herramientas pero no podemos salvar a nadie si decide no luchar, si decide no escuchar.

 

Estas virtudes deben trabajarse cada día con disciplina y paciencia para tener un corazón más pleno y abierto. Una forma de lograrlo es a través de la meditación y regresar a la reflexión y a las profunidades de nuestro ser para entender cómo compaginar estas enseñanzas con nuestras experiencias diarias. Te agradezco por llegar hasta aquí y espero de todo corazón que estas palabras y estas enseñanzas puedan darle luz a tu espíritu y sean parte de una escalera en la que vayas construyendo tu desarrollo espiritual.

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